Fines de temporada

EN UNA corrida, los toros, al principio, deslumbrados por el sol y los trajes de luces, vacilan y, si tienen cuajo, se arrancan contra quien los provoca. Luego son heridos por picadores a caballo y banderilleros a pie. Por fin, el matador se queda a solas con el toro, en un diálogo mortal. Es cierto que el hombre juega con una inteligencia y una habilidad superiores; pero la fiera tiene armas también e instintos... Hay una lucha y un riesgo equilibrados. La inteligencia humana es útil y explicable, pero con excepciones: porque el toro no es tonto. Siendo yo niño, en un almuerzo de jueves en casa de mis padres, Manolete me dijo que, en la corrida, eran atroces la hora, el calor, el riesgo, el traje de luces, el orden de la lidia, las embestidas inesperadas... Pero lo peor, el griterío de los tendidos, que nunca viene a cuento ni es comprensible... Lo decía con una cara también inexpresiva que empezó a sonreír. O sea, cualquier vida parece una corrida. En ella es forzoso estar bien despierto, concentrado, dando facilidad a lo difícil, mirando como amigo al enemigo, invitándolo al juego... Y acabando con él de un gran estoconazo... Aquella temporada murió en Linares. Un par de buenos amigos impidieron entrar en la enfermería a la mujer con que pensaba casarse in articulo mortis.